lunes, 18 de junio de 2012

Había una vez...




Había una vez un reino que no tenía hermosas princesas, ni príncipes valerosos, ni hadas buenas, ni castillos encantados.

En aquel gran país, gobernado por hombres pequeños, feos, miserables..., abundaban dragones y brujas, prestamistas usureros, duques traidores, y bufones que tenían un lugar preeminente en la(s) corte(s).

Los mezquinos virreyes, sedientos de oro y poder, robaban a los pobres para dárselo a los ricos, se comían el pan de sus hijos, les quitaban sus casas, su dinero, su alegría, y hasta vendieron el reino a los bárbaros del norte.

El rey mataba animales salvajes y cazaba mujeres de lujo, mientras la reina asistía a conciertos, con un ramillete de flores como única compañía. Las hijas decían que trabajaban, pero siempre se las podía ver en los toros, en la hípica, en las regatas... El joven príncipe ya no era una promesa, ni una esperanza para el reino, ni siquiera era ya joven.

Los jueces malos juzgaban a los jueces buenos y la guardia apaleaba a los niños. El recaudador de impuestos tenía un hambre voraz.

No había magia, no había risas, no había pan.

Y llegó un día en que la plebe alzó su voz y dijo ¡basta! Los soldados del reino intentaron amordazar sus bocas, pero ellos gritaban tan fuerte que se les oyó en todo el mundo conocido. Los gobernadores decían de ellos que eran malos, pero nadie les creyó. La guerra fue larga y desigual, arcos y flechas contra ideas y esperanza, garrotes contra libros, pero al fin triunfaron la razón y la verdad.

El rey y la reina tuvieron que buscar caza y música en otros reinos, los virreyes y gobernadores huyeron con sus cofres repletos de tesoros, y los plebeyos quedaron como dueños absolutos de su reino, que ya no lo era.

Y colorín colorado, este sueño ha terminado.

©texto JAVIER VALLS BORJA
junio 2012
©fotografía CescoMad (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

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