jueves, 24 de noviembre de 2011

Hoy que termina septiembre





Hoy que termina septiembre me siento a esperar la vida, la necesito para poder morir. Morir, dulce verbo... Aunque, ¿acaso no era muerte mi existencia, mi paso por el mundo? ¿era vida este penar? ¿es vivir el arrastrar cargas tan pesadas como las cadenas que unen los barcos a sus anclas, o que los separan de ellas, este sentir el corazón aprisionado en una garra de uñas afiladas y ponzoñosas, ese tener la garganta siempre atenazada por un nudo de llanto y miedo... de angustia... de miedo y de llanto? ¿Es vivir morir, morir cada día un poco, y al otro un poco más, sin que llegue la muerte, clemente, dulce muerte, ansiada, anhelada, deseada muerte, a librarme de la muerte, de morir cada día un poco, y al siguiente un poco más?

Llueve, afuera...

Llueve, también, en mí. Llueve amargura, desesperanza, tristeza infinita… Llueve dolor.

Hoy que termina septiembre, me siento a esperar la vida, las manos cruzadas sobre el regazo, los ojos abiertos, mirando al fin al frente. Las manos húmedas, los ojos secos. Húmedas de sangre, secos de lágrimas. Unas manos que no volverán a temblar, unos ojos que no llorarán más. Nunca más. Y tampoco reirán. Porque yo, ¡quién me ha visto y quién me ve!, vanidosa y presumida, tan orgullosa, tan coqueta, tan soberbia como era, con la altivez que da la juventud, me encuentro ahora como el ciprés que se entrevé por la ventana, erguido y desafiante en días de sol, humillado, doblegado, vencido por millares de pequeñas gotas de agua.

Afuera llueve. No deja de llover.

Llueve adentro, llueve sin cesar.

Duele, la lluvia…, cae sobre mi ánimo herido como el alcohol sobre la carne viva, pero yo no siento el ardor, el fuego de la cura, sólo un frío de muerte que me hiela el alma y me paraliza el corazón.

Hoy que termina septiembre ha muerto mi muerte en vida. Ha muerto a manos mías, estas manos húmedas de sangre que yacen cruzadas, sin el más leve temblor, sobre mi regazo. Regazo inerte, estéril, yermo como mi existencia. Ese regazo que no pudo acunar jamás a ningún pequeño ser, carne de mi carne. Esa fue la primera paliza, la peor, la que me rompió como mujer y me dejó imposibilitada para lograr lo que más anhelaba, un pequeño ser, carne de mi carne. Ya ni siquiera recuerdo por qué fue, ni si fue por algo. Mentiras en el hospital, me han atacado, sí, eran dos hombres, querían violarme, me salvó mi marido. Como digas una sola palabra te mato, hijaputa, me decía con los ojos mientras su voz sonaba atormentada en la sala de urgencias, en la comisaría, ante la familia... sí, lograron escapar, si los llego a coger, me pierdo...

Mi pequeño ser, carne de mi carne, mi vida, vida mía, mi bebé, mi pequeño ser…

Lamentamos comunicarle que ha perdido el hijo que estaba esperando. No podrá tener más hijos. Lo sentimos mucho. Ahora duerma un poco.

¡Aaaaaaaahhhhhhhhh! Mi pequeño ser, carne de mi carne, el dolor más grande...

Maldita sea tu calaña, aborrezco tu estirpe, eres simiente de maldad, mala simiente... De haber nacido aquel nonato, de haber vivido ese hijo de mis entrañas engendrado por quien le mató, por quien yo he matado, ¿abominaría, renegaría de él por llevar tu sangre, como abomino, reniego de ti, su padre, su verdugo?

Mala persona, mal hombre. No persona. No hombre. Sólo malo. Malo.

Malo…

No sólo mataste a mi hijo. No sólo me mataste a mí. El primero fue aquel hombre que yo amaba. Aquel joven moreno. Aquel moreno joven. Aquel joven que me hacía volar en un vals. Aquel joven que me susurraba al oído cosas jamás imaginadas, en un fox apretado, íntimo, sensual. Aquel moreno que me enardecía en un tango, que me hacía morir de deseo con sus palabras musitadas que casi eran sólo aire y me hacía perder la cabeza con caricias susurradas con sus manos, con su aroma a hierba fresca que me envolvía toda, y musitaba palabras y susurraba caricias y me hacía morir de deseo con palabras musitadas que casi eran sólo aire.

Afuera sigue lloviendo como triste proclama del otoño, inminente, triste otoño...

Hoy que termina septiembre lloro a mis muertos. A mi hijo, que no lo fue. A mi padre, que murió de pena. A mí. Y a él. No a éste que yace a mis pies, ahora, sino a quien él mató, a mi amor, el más bello de los hombres, el que me hacía sentir la más hermosa de las mujeres. Se devoró a sí mismo. Fue su propio cáncer. Y el mío.

La nariz rota, una brecha en la frente, un derrame en un ojo, el labio partido, una costilla fracturada, un desgarro en la vagina... Siempre había algún motivo para acudir con frecuencia a urgencias. ¿Quiere poner una denuncia? No, no, por Dios; me he dado con una puerta; soy muy torpe. Y hacía como que se me caía algo al suelo para poder decir ¿Lo ve? ¿Y el desgarro en la vagina? Me he dado con una puerta. ¿Y el mechón de pelo que le falta? Me he dado con una puerta.

Gafas de sol cada vez más grandes, más oscuras, incluso por la noche, murmurando algo sobre una conjuntivitis cuando se me preguntaba... una habilidad asombrosa para ocultar señales con el peinado, con el maquillaje, con la sonrisa, mangas largas en verano...

Después me suplicabas misericordia, todo lo hacías por mi bien, por nuestro bien, y si me resistía a perdonar me llamabas loca, decías que te provocaba, pero que tú me querías y por eso hacías lo que hacías, lo que yo te obligaba a hacer. Al final, ¡cómo no!, era yo quien acababa pidiendo tu clemencia.

Hoy me quieres, mañana me odias.

Cuando me odiabas, yo quería quererte para que me volvieras a amar como antes y, si me sentía ansiosa o deprimida, se me olvidaba todo si tú estabas de buenas. Pero a veces, solo con verte la cara, ya me echaba a temblar, el deseo se convertía en pánico y mi sonrisa en una pávida mueca. Cuando más necesitaba tu protección, más me atacabas, más te cebabas en mi debilidad. Pusiste todo a tu nombre, me espiabas, criticabas todo lo que yo hacía, empezaste a humillarme en público… Yo firmaba todo, acataba todo, disculpaba todo…

Dejé de trabajar, de salir, de vivir…

Pensé dejarte, pero me aterraba la idea de la soledad, de la mía y de la tuya. Tú jurabas que si te abandonaba me matarías, que nunca sería de nadie más porque era tuya, cuando yo no quería ser de ningún otro, porque me sentía tuya. Te creía un dios y te idolatraba y tú eras mi dueño altivo, orgulloso, seguro de ti mismo, poseedor de mi voluntad. Mi amo.

Tú llevabas las riendas de mi vida, pero las mantenías tan tirantes que no me dejabas respirar. Y yo me ahogaba. Me ahogaba de amor hacia ti, y me asfixiaba tu odio irracional. Me heriste profundamente, más con tu desprecio que con los golpes y, hoy que termina septiembre, al fin, como un caballo desbocado, he perdido el control, he pasado por encima de ti, te he pisoteado con toda la fuerza que me ha dado el dolor, y te he matado. ¿Debería hendir mi corazón con este cuchillo que ha atravesado el tuyo? ¿Para qué, si ya he muerto contigo?

En la riqueza y en la pobreza, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe… Fue la vida la que nos separó, la que acabó con mi juventud, mi alegría, mi frescura… con mis ganas de vivir, con mi condición de mujer, con mi condición de madre, con mi condición de persona… En la pobreza y en la pobreza, en lo malo y en lo malo, en la enfermedad y en la enfermedad, hasta que la vida nos separe, por los siglos de los siglos.

Amén.

Tú eras el prestidigitador, el maestro del engaño, y yo la comparsa que se deja clavar espadas y cortar en pedazos para que todo el mundo le aplauda a él. Eras simpático, encantador, siempre el alma de la fiesta. Los hombres buscaban tu compañía, las mujeres me envidiaban, todo el mundo te quería, a todos caías bien, hasta que te conocían un poco mejor. Incluso tu familia te fue abandonando poco a poco, dejándome cada vez más sola frente a ti.
¿Qué hay en tu vida pasada, qué había dentro de ti que te hacía ser como eras? Perdiste a tus amigos, bebías hasta perder el control, te echaron del trabajo, y de todo me culpabas a mí, y yo llegué a sentirme tan culpable que acaricié la idea de mi propia muerte, pero me eché atrás pensando qué sería de ti sin nadie que te cuidara.

Aguanta, hija, me decía mi madre, sé fuerte, que tu padre no note nada, los hombres pasan por malas rachas, y nuestro deber es llevar la cruz. Los trapos sucios se lavan en casa, tú guarda las apariencias, si no ¿qué dirá la gente?

Qué dirá la gente… Esa misma gente que sabía y callaba, que mañana me dará el pésame y me ofrecerá su ayuda incondicional, esa ayuda que nadie me ofreció cuando tanto la necesitaba… Esa gente hipócrita, acomodaticia, esa gente con anteojeras que no ve más que lo que quiere ver, esa gente que piensa menos mal que no me ha tocado a mí…

Que no se entere la gente, que no se entere mi padre, que no se entere nadie.

Pero mi padre presentía mi dolor, que hizo suyo, y se empapó de una profunda tristeza que no le abandonó ni en el momento de la muerte, no he sido un buen padre, hija mía, no he sabido defenderte. Merecías un marido mejor. Merecías un padre mejor. Soy viejo y soy cobarde, y ahora me estoy muriendo de cobardía y de vergüenza. Y de pena por ti. Ten coraje, pobre hija, y haz tú lo que yo no tuve el valor de hacer. Mi deshonor será eterno. Mi aflicción, también.

No deja de llover una lluvia gris y melancólica, triste y mustia, melancólica y gris.

Afuera no deja de llover.

¿Por qué no le dejas? Déjalo. Deberías dejarlo. Manda a la mierda al hijo de puta ese, me decían mis amigas, que adivinaban más que sabían por mí. ¿Y cómo le iba a dejar, si era el hombre de mi vida, el único hombre sobre la tierra, por más que el infierno de los celos lo consumiera? Aguanté insultos y golpes, desprecios y sospechas, ultrajes, humillaciones y burlas por amor, por amor y por temor, por amor y por pánico, por amor, por amor, por amor, por terror... por amor... y por el valor que me infundía el miedo a perderlo.

Si me vestía bien era una buscona, si no, una pordiosera indigna de ser su mujer. Si gastaba mucho era manirrota, si no, una avara que atesoraba su dinero para poder escapar de él. Bajaba los ojos cuando me decía que era tonta y que me callase porque no sabía de qué hablaba, y cada vez me sentía más y más nadie, menos yo, más y más nada, más y más nadie. En mi garganta se agolpaban las súplicas de perdón por algo que no había hecho, pero él decía que sí, y yo acababa creyéndolo. Y cuando era él quien me pedía perdón, yo le perdonaba, y yo intentaba que todo fuese como antes, como antes de la primera amenaza, de la primera vejación, de la primera bofetada... y quería otro primer beso, y otro primer baile, y otra primera vez...

Y le preparaba sus comidas preferidas, y limpiaba la casa, y en la cama me comportaba como una puta, como a él le gustaba, y hubiera hecho cuanto me pidiera... todo, con tal de complacerle. Yo le pertenecía, porque yo lo quería y porque él lo creía. Creía ser mi dueño por derecho natural, cuando ya lo era porque yo así lo deseaba. Él lo era todo para mí, y ahora está muerto, y afuera llueve... y yo me quiero morir, pero no de la misma manera que me quería morir antes, sino de la manera que me quiero morir ahora. Quiero morir y quiero vivir. Vivir porque soy libre, morir porque lo soy.

Llueve. Llueve y no hay arco iris, ni un rayo de sol, ni apenas luz. Sólo llueve. Y yo reniego de Dios, y le culpo de todo. Y llueve, y yo reniego de Dios, y no deja de llover...

Pero, hoy que termina septiembre, miro atrás, muy atrás, y pienso que quizás fue todo por mi culpa ¿Qué yo podría haberlo evitado? ¿Cómo? A él le cegaba la ira. A mí me cegaba el amor y me paralizaba el miedo. ¿Qué podía hacer yo? Ante el hecho de haber sido desgraciada y haberle matado por ello, sólo había tenido una alternativa, ya caduca, que era haberle matado y ser una desgraciada por eso. Al fin, han ocurrido ambas cosas.

Nunca tuve elección. Él era mi sino, mi destino fatal. Él fue mi amargura tras haber sido mi gozo. ¿Qué ocurrió? ¿Qué fue lo que pasó con él? ¿Por qué cambió, trasmutando de ángel a demonio? Éramos felices. Nos queríamos. ¿Qué ocurrió? ¿Qué fue lo que pasó con él?

Hoy que termina septiembre desearía poder devolverle la vida, para volvérsela a quitar. Quitársela cuando todavía era aquel hombre bello, bueno, deseable, deseado, gozado... Quitársela antes de que pudiera hacer todo el mal que hizo. ¡Cuán distinto hubiera sido mi recuerdo de él! Yo habría sido una Dolorosa, rota por el dolor de la pérdida, con siete puñales clavados en el corazón. Él hubiera sido un ídolo cuyo recuerdo yo veneraría hasta el fin de mis días y más allá. En cambio he sido su víctima y, al fin, su ejecutora. Soy su viuda sin lágrimas, sin remordimientos, sin dolor por haberle matado...

Su viuda...

La muerte parece sentarle bien. Ha desaparecido de su rostro ese rictus de desprecio y amargura, y afloran los rasgos de aquel moreno joven que tanto me quiso, y al que tanto amé. Al que tanto amo. Al que siempre amaré. ¡Qué guapo estaba con aquella camisa blanca que le regalé en el viaje de novios! ¡Qué guapo estaba sin ella!

Hoy que termina septiembre empieza mi vida sin ti, que eras mi vida. ¿Qué será de mí?

Llueve afuera. Las gotas de agua se unen y resbalan por el cristal, como si fueran lágrimas... lágrimas por él... lágrimas por mí... lágrimas, sólo lágrimas, siempre lágrimas...


©texto JAVIER VALLS BORJA
enero de 2006

©fotografía Osvaldo Gon (fuente flickr), publicada bajo una licencia Creative Commons

4 comentarios:

  1. Termina Septiembre, se hizo justicia y empieza una nueva vida. Para mi, solo estamos a mitad de Junio.

    Saludos!!!!

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  2. COMENTARIOS EN FACEBOOK

    Angel Utrillas Novella
    Me gusta hoy que termina septiembre y prefiero leerlo así de sopetón. Es un relato lleno de dolor y de amor y de lluvias que tiene fragmentos especiales, interrogaciones sin respuesta, como ésa que tanto me gusta ¿Por qué cambió, trasmutado de ángel a demonio?
    El 09 de marzo a las 8:45 ·

    Nicolás Calvo
    La puerta, la maldita puerta, la puerta que todo lo cierra, que oscurece la vida, que recluye en un cuarto, que envejece el cuerpo,los ojos, la mirada. La puerta, puerta maldita que no se sabe como empujar, que no se sabe como abrir, que no se sabe… Si el primer día se hubiera dado un buen empujón, si no se hubiera dejado ni entornar, ¿quien sabe? Pero ahora lo único que puede impedir que la puerta se cierre es derruir la casa entera, aunque hagan falta un pico acerado y cerrar el corazón. ¡Cuanta tristeza, Javier, cuanta tristeza!
    El 09 de marzo a las 11:11 ·

    Elena Alvarez de Castro
    Javier,no puedo decir nada,me he quedado muda.
    El 10 de marzo a las 21:23 ·

    Ana María Arroyo
    Pues me gustaría decir lo mismo que Elena Javier, porque me ha puesto la carne de gallina, pero dejarme muda a mí es dificil, tú ya lo sabes.
    Leerte de una vez, sin pausas, sin cortes y disfrutar "hoy que termina septiembre" del tirón es ... es.... un LUJAZO!!!!!
    Como me gusta haberte conocido!!! Me encanta tu prosa es impecable... SE QUEDA!!!!
    El 10 de marzo a las 21:36 ·

    Ana María Arroyo
    POR CIERTO, QUE ME LO LLEVO A MI MURO, TE VOY A EXHIBIR UN POQUITO, ME DEJAS????
    El 10 de marzo a las 21:37 ·

    Javier Valls Borja
    Pues claro que sí, Ana, es tuyo; ojalá lo lea mucha gente y remueva conciencias, auqnue me temo que solamente lo leeremos personas de bien, a las que no hace falta convencernos de nada, y que el mensaje no llegará al origen del mal. Lamentable.
    El 12 de marzo a las 2:19 ·

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  3. las lágrimas no me dejan ver lo que escribo.

    TREMENDO

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    1. Gracias, Ana. Yo mismo no puedo leerlo en voz alta sin que se me quiebre la voz.

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